Teresa fue hija del presidente Manuel Candamo y creció en medio de la aristocracia limeña de fines del siglo XIX. Su vida transcurrió entre la labor política de su padre y la Reconstrucción Nacional después de la Guerra con Chile, una época social difícil para el país, pues estuvo marcada por la Guerra Civil, el surgimiento de la clase obrera, la llegada de los nuevos inventos y del siglo XX y, además, con limitaciones de género propias de la época, en que la mujer estaba confinada a las labores caseras y no tenía una participación social destacada. Pese a esa realidad, Teresa tuvo una mirada más audaz que atravesó el muro de la aristocracia y la censura y desarrolló un interés particular por los más necesitados, los pobres, aquellos personajes subalternos que no protagonizaban las noticias y que, con suerte, eran considerados como parte del discurso por el pueblo de los caudillos que llegaban al poder.
Teresa fue la segunda de siete hermanos y fue en sus viajes a Europa que su vocación artística adquirió mayor inspiración. Era talentosa con el dibujo, la pintura, las manualidades, la música y el canto. Esas dotes marcaron además su vida espiritual, pues fue a través del arte que expresaría su asombro por Cristo, su vida y su misión. Fue en Lisieux (Francia), donde la vida de otra grande, Santa Teresita del Niño Jesús, la inspiró y así su vida tomó un nuevo rumbo.
Teresa de la Cruz Candamo falleció un 24 de agosto de 1953 y para 1978 ya se habían realizado los estudios preparatorios para presentar el proceso de beatificación y su declaración como Sierva de Dios. Actualmente, la Madre Fundadora de las Canonesas de la Cruz tiene el rango de venerable, un paso previo a la beatificación y este a la canonización, según los procedimientos del Vaticano y las gracias comprobadas que conceda en el futuro a quienes encomienden a esta mujer religiosa de gran talento, cuya conversión y entrega la lleva a estar entre los grandes de la historia del catolicismo peruano.